Las
calles de Madrid se mostraban ajenas a su paso que no dejaba de ser l e n t o y s u a v e. Sin prisas. Como dejándose llevar por la brisa de una de esas noches de
primavera tan cercanas al ansiado verano.
Los
dedos de las manos se entrelazaban sin fuerza. Como quien sabe que el viento
que sopla no lo hace lo suficientemente fuerte como para desatar el globo de su
muñeca.
Las
palabras se intercalaban con largos silencios que no se volvían incómodos, pues
se conocían ya desde hace tanto tiempo que incluso habían aprendido a hablarse
más allá de las palabras.
Unos
pasos más adelante allí estaba la Puerta de Alcalá. Casi desierta por ser tan
tarde y día entre semana. Iluminada para quien quisiese pararse a contemplar. Un
monumento que como muchos otros ha conocido decenas de disparos fotográficos a
la vez pero que esa noche y a esa hora sólo posaría para el de ellos.
Del
mismo modo que habían jugado mil veces a volverse a conocer, esta vez se
besaron frente a uno de los lugares de la ciudad que les había visto crecer a
ambos, sobre todo a ella. Y capturaron el momento como todos aquellos que
sueñan con guardar sobre la película fotográfica lo que sus pupilas un día
presenciaron.
Click…
como si no fuesen de aquí.